En la enfermedad de Alzheimer, así como en otras enfermedades causantes de demencia, es frecuente que se produzca una pérdida de apetito, como explicamos en dicho artículo. A lo largo del proceso de la enfermedad son distintas las causas que pueden motivar este hecho.
A continuación vamos a hablar, específicamente, de cuando la persona con Alzheimer no quiere comer, particularmente en fases moderadas y avanzadas de la enfermedad. Explicaremos posibles motivos para ello y reflexionaremos sobre qué podemos hacer al respecto.
La nutrición en el proceso de la enfermedad de Alzheimer
Para el mantenimiento de la salud global siempre es importante cubrir adecuadamente las necesidades nutricionales. Las personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer, o por cualquier otra que sea causa de demencia, no son una excepción: sus necesidades nutricionales deben ser cubiertas, igual que las de cualquier persona, y se debe atender al impacto que la alimentación tiene en su estado general de salud, considerándose si padece diabetes, tensión arterial alta, colesterol elevado o cualquier otra condición médica.
Sin embargo, conseguir que una persona con Alzheimer mantenga una nutrición adecuada puede resultar complejo y ser fuente de ansiedad para quien cuida de ella. Las dificultades para comer y beber suelen irse haciendo más notables con el avance de la demencia y es frecuente que se produzca una progresiva pérdida de peso. Controlar regularmente el peso de la persona con demencia puede servir para identificar cambios relevantes que requieran de atención médica.
Además, un pobre aporte nutricional o la deshidratación pueden contribuir a la precipitación del proceso de la enfermedad o desencadenar un síndrome confusional, particularmente en personas frágiles o de edad avanzada.
¿Por qué tal vez una persona con Alzheimer no quiere comer?
Todos tenemos gustos, preferencias y reticencias individuales en relación con los hábitos de alimentación. Hay que tener en cuenta que, con la edad, y también con el proceso de la demencia, estos gustos y preferencias pueden cambiar, por lo que se sugiere ir probando con diferentes tipos de alimentos, aderezos y cocciones.
Tratar de compensar ciertos déficits cognitivosLa progresión de la demencia conlleva una serie de síntomas cognitivos que pueden repercutir en el hecho de que una persona con Alzheimer no quiera comer. Tal vez, debido a la agnosia (dificultad o incapacidad de reconocer lo que se percibe por los sentidos) no reconozca adecuadamente los alimentos, sea por la vista, el olfato o el gusto.
Por otro lado, los problemas relacionados con la apraxia (dificultad para realizar movimientos coordinados y el empleo de utensilios) pueden plantear dificultades o incapacidad para emplear los cubiertos.
Asimismo, hay que considerar que las personas con Alzheimer pueden no interpretar adecuadamente las señales de su cuerpo, como la de hambre, o tener dificultades importantes de lenguaje, por lo que tampoco es aconsejable confiar solo en preguntarle si tiene hambre; comprobarlo también con el ofrecimiento de la comida.
Para tratar de minimizar estas dificultades y favorecer la apetencia persona pueden ser de ayuda estrategias como:
Con la edad, las necesidades de ingesta calórica varían, algo que también es dependiente del gasto calórico que se realice. Si una persona con demencia, que en la mayoría de ocasiones es una persona mayor, tiene un bajo nivel de actividad física en su día a día, es probable que tenga menor sensación de hambre.
Por ello, es importante no pretender que la frecuencia o cantidad de ingesta de alimentos tenga que ser la misma que para otras personas. Se puede probar de ofrecer cantidades moderadas y probar en otro momento cuando se pueda interpretar que es por falta de hambre en ese momento.
Considerar que puede haber olvidado cómo se come
En fases graves de la demencia puede parecer que no quiere comer, porque no abre la boca ante los alimentos. Cuando el deterioro cognitivo es muy importante se afectan las actividades más básicas de la vida diaria, como la capacidad de comer autónomamente.
La persona puede haber olvidado cómo actuar para ingerir la comida. En esta situación puede resultar de utilidad tocarle suavemente los labios con la cuchara para estimular el reflejo oral y de deglución, o hacer nosotros de modelo, abriendo la boca cuando le aproximamos el alimento para estimular la acción por imitación.
Estar alerta a indicios de disfagia oro faríngea
Con este nombre se hace referencia a problemas de deglución (para tragar) que pueden derivar en atragantamiento, neumonía por aspiración o asfixia, en su consecuencia más grave. Algunos indicios pueden apuntar a la posibilidad de que la persona con Alzheimer presente este problema, como frecuente carraspeo, babeo por falta de deglución de la saliva, o tos durante o después de la ingesta de alimentos, entre otros.
Padecer esta condición puede generar aprensión o miedo a ingerir alimentos y puede ser una causa por la que la persona no quiera comer. Es una situación que puede derivar en complicaciones serias y que siempre debe ser motivo de valoración y consejo médico o de profesionales especializados, antes de recurrir a estrategias populares, que no siempre van a ser las idóneas.
Cuando la persona con Alzheimer no quiere comer y se muestra alterada
Una persona con demencia puede presentar síntomas conductuales que pueden incluir irritabilidad o agresividad. En el momento de la comida estos síntomas se pueden manifestar en acciones como apartar bruscamente el plato o la mano de quien le asiste en ese momento, o incluso escupir la comida. Es fundamental recordar que cuando el lenguaje está seriamente afectado, la conducta es una forma de comunicación. Algunas causas que podrían explicar ese comportamiento son:
Tratar de identificar las causas subyacentes a la conducta puede facilitar realizar las adaptaciones necesarias para favorecer el bienestar, tanto de la persona como de quien le cuida. Es importante recordar que si la persona cuidadora no es capaz de controlar su inquietud al respecto de la conducta de quien padece Alzheimer, fácilmente va a trasladarle ese nerviosismo, haciendo más difícil la gestión de la situación.
Es fundamental consultar con el profesional médico de referencia o los especialistas ante cambios abruptos en la ingesta de alimentos para que se valoren las posibles causas subyacentes y, en general, recibir las orientaciones necesarias para cubrir las necesidades nutricionales de la persona con Alzheimer a lo largo del proceso de la enfermedad.
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